miércoles, 12 de septiembre de 2012

Impotencia


Se escuchó el portazo, y el suave movimiento de las cortinas le acarició la espalda. Su boca estaba pequeña y apretada casi formando un beso. Caminó hacia la puerta y giró el seguro. No quería que nadie la interrumpiera. Se sintió miserable. Atónita, no podía dejar de pensar todo lo que quiso decir y no pudo. Empuñó sus manos, y gritó en silencio, tensionada hasta escuchar el rugido del temblor de su cuerpo. Su rostro parecía un mapa, salpicada por las manchas rojas de la rabia. De sus ojos se agolpaban las lágrimas que peligrosamente se asomaban para precipitar su caída. “Si pudiera…” murmuró bajito. Estaba lista para lo que fuera, de morir si es que era necesario. Le regocijaba la idea de pensarlo; si muriera taparía bocas, los castigaría con la culpa, y los atormentaría como un recuerdo agridulce. Su propia muerte la consolaba: “Me extrañarán” decía “y quedarán pa’ dentro”. Ese sería el tiro de gracia, la última palabra de una discusión sin término. “Sería perfecto” susurró amenazante.


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